[ Artículo inacabado, redactado entre octubre, noviembre y diciembre de 2009]
Voy descubriendo cada pentagrama oculto, escucho Bellini, Qual cor tradisti [Maria Callas, por supuesto] y me dejo rodear por las escaleras de las voces, las pisadas que traducen los últimos versos releídos en sonidos ya inservibles, en cuanto que leídos, aunque aún plenos de sentido y sentimiento, pues el tiempo, en cambio constante, se reafirma en las páginas que volvemos y desciframos: ¿cómo esos signos asquerosos, y esos sonidos feos, pueden hacernos sentir tan profunda eternidad?
En el poema descansa un sentimiento de eternidad; en ninguna otra manifestación artística encontramos la fuerza cautivadora del poema, que lleva la visión del poeta a sus extremos -en varios sentidos: por un lado, el poema deja de ser una cosmovisión del poeta para ser una visión cósmica poética, es decir, la visión del poeta se universaliza, e incluso llega a ponerse por encima del propio poema y poeta, y se transforma en el mundo mismo, la