Una especie de pérdida constante del nivel normal de la realidad.


El Pesa-nervios, Antonin Artaud


miércoles, 10 de junio de 2009

NO HAY TIEMPO, NI FRÍO, NI AUSENCIA

No hay tiempo, ni frío, ni ausencia, si alguien lo dudó algun día fue un ingenuo que no supo soportar la realidad que ya anunciaba el nacimiento y que se descubre poco a poco con el habla, los primeros pasos, y el amor.

Un día agarraré mis cosas y me iré, os dejaré tirados en una cuneta como perros salvajes que hubieran atacado a sus dueños, y me iré lejos, donde no podáis encontrarme, y luego haré que el frío no exista, para poder dormir en playas de sal y rocas que huelan a flor, a abundancia, a sudor.
En estas playas no habrá olas, porque con las olas pueden llegar barcos, y los barcos no van nunca vacíos; siempre conservan, como mínimo, el rastro húmedo del último suicida, o la ropa ajada del que nunca vio la costa, o incluso el cadáver amarillento y picoteado por las gaviotas de algún enfermo que no pudo evitar ser alejado de su puerto.

Sobre mi espalda llevo el peso de la visión, la visión más cálida de un hábito repetido en un pelo alborotado. Pero no hay nunca ningún descanso, y cada vez más me tapa la ceguera, que se confunde casi con la visión misma, y tropiezo y sangro y tengo que descansar antes de huir.
Y es así, no estando en ningún lugar, como estaré en todos, porque no existe la ausencia, si las manos no se cansan de escribir, y aquí, cerca de la ventana, siento cómo el aire pasa por debajo de mí, por los lados, me entra en la camisa y la rellena, y es imposible el cansancio, como imposible es también la ausencia.

No me acuerdo de ti, ni de nadie, porque este viento de verano que cierra las puertas, en realidad las abre, y las abre tanto que deja escapar el recuerdo, y elimina la identidad que éste esconde.
El tiempo parece resistirse a continuar, las agujas del reloj saltan al exterior, y se hunden en la piel, para fundirse con la carne, y dejar de existir fuera, como una imposición constante, para empezar a sentirse ojos, boca y despertar; amanecer delante de una puerta que chirría, en una casa vacía, con los brazos amoratados por los golpes de los gatos en la noche en que los primogénitos salen a desvestir a sus mujeres, que descansan en lo más alto de un edificio en llamas.

1 comentario:

Álvaro Guijarro dijo...

El sismo adentro, y los ejércitos, y la guerra hacia uno sin lanzas, solo guerra.

No sabes como estoy disfrutando leyéndote, hay partes ("es así, no estando en ningún lugar, como estaré en todos, porque no existe la ausencia" o "luego haré que el frío no exista, para poder dormir en playas de sal y rocas que huelan a flor, a abundancia, a sudor") donde nos encontramos que me asusta, pero como es algo que odio, esto de fundar los encuentros continuamente, no te lo diré.

Sigue escribiendo así, en las manos la herida, en la poesía tal vez la vida.
Abrazos,