Una especie de pérdida constante del nivel normal de la realidad.


El Pesa-nervios, Antonin Artaud


lunes, 29 de junio de 2009

CONVERSACIÓN CON TZARA

Tzara mencionó algo sobre los dulces de azúcar y requesón untados de chocolate. No lo oí bien; claro que siempre quedan restos de sangre en la comisura de los dinosaurios si uno se fija en la postura que tienen al acostarse por la gracia de algún dios misterioso sin voz ni rostro, como unos prismáticos. Tenía los ojos pintados y sabía que algún día sería verano, pero nunca sospeché del alzacuellos que usó la emperatriz rusa para acercarse a sus hijos desvestidos por la noche, cuando el mago hace conjuros con perejil y estela blanca de aluminio.

La mosca busca hogar, también los pigmeos, todo el mundo busca un techo en este círculo vicioso que se enreda y se corrompe con mis silbidos desde la persiana que baja. Los insectos buscan un suelo para sus hijos en mis venas, porque las conocen, y recuerdan su sabor frío y cremoso, amargo como la daga de un vagabundo en sánscrito que aparece por la espalda de la estatua védica.

Han fallado los tiros, la condena se devuelve a golpes, y no hay jaula que vibre la víscera de las visiones con música a todas horas en las neveras y en tus zapatos.
Es verdad, los tiros han fallado, han caído a tierra con el peso del pecado colgando y sangrando en sus oídos, y han pedido el último disparo, una tormenta eléctrica en sus alfombras, un baño de agua caliente con anacondas.

Un nuevo museo de la especie: una raza de elefantes enanos, con la tierra en sus cabezas como árabes cautivos en palacios de cera, mientras el emperador canta el incendio y la gente huye de aquí al océano en barcas de mimbre para que la hija mayor se prostituya y perviva el honor, aunque guardado para mejor ocasión en la maleta.

No frotes las mangas de la camisa manchada de polvo en el naufragio desde el cráneo hasta el esperma, sin las pruebas necesarias no se olvida, ni se quiere saber nada de un refugio que calme la tempestad y nuble el tacto, que busca sin cesar el interruptor para encender la lámpara y comprobar el desorden de los brazos que se arañan.

Guantes de seda, sobre el sol no hay nada.

viernes, 26 de junio de 2009

CEGUERA

No


es el juego del azar


Tu nombre

la arena junto al océano que mueve los silbidos del aire entre las rocas


aristocracia


un hilo de sangre




Fuegos artificiales sobre el descampado del mundo


Lágrimas y tránsito: lunar en los ojos, que escucha los globos oculares en su escondite


sonrisa de oscuridad entre las hojas del libro descosido


a balazos

la niña se acuesta bajo un manto de cenizas

y espera

que vuelva el invierno con su guante centelleante
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miércoles, 17 de junio de 2009

EDAD SOL

En el nido de las víboras se ha detectado un brote de miseria tribal que hace que se disparen las escopetas de caza en la cara del futuro. Kilos y kilos de gasa derramados como maná por los pelos de una joven suicida. Es la hora del baño, los obesos del mundo se ponen en corro y ahuyentan a una manada de avestruces que daña con sus pies los campos de vides y olivos en los que solía trabajar. El sol quema las bufandas colgadas con odio de lo alto del árbol del ahorcado -una higuera.
Sal en la comida. Balanzas sentimentales, no os queda mucho tiempo de engaño: mañana me negaréis tres veces para enfriar el conflicto y encerrarlo en una pompa de jabón, antes de que se derrita golpeada. Entonces no hay verdad. Huir es la única solución. Es de día en los ojos de un pez disecado. Ruge el deseo, llama a la seguridad del "nunca es tarde". Lamentablemente, esto no es una pipa. Para trabajar es necesario y forzoso que un hombre muera por una gaviota, aunque haya falsificado su pasaporte y haya cruzado la frontera sin permiso, y tenga en el estómago una granada, y vuele más alto que las torres de las multinacionales del tango.
Se acabó la fiesta, empieza la comedia. Los graciosos a sus puestos. Los trajes limpios como una patena sin el espíritu santo cagando encima en forma de pan que no alimenta y vino que no emborracha. El telón: ese verdugo infame que detiene el espectáculo y fuerza al asesinato en el momento de máxima tensión erótica de la ópera. Los focos despiertan de su letargo, una tumba se abre bajo la luna, y el clavo se adapta a las venas, y las puertas se cierran. Una voz a lo lejos, una prisión, el árbol en el centro, abajo dos hombres desaseados discuten.
¿Por qué estás aquí? Política y afición personal al vudú en otoño por si las aves emigran al sur o al norte mientras descanso en esta multitudinaria festividad religiosa que pide algo a alguien que no controla mentalmente los movimientos de la llama cuando arde. Pon un cazo de agua hirviendo y sacúdelo sobre un cuadrilátero lleno de sudor. Vierte el agua en la sandía, esconde la mano, recoge la savia, hurga en los bosques, introduce la mano, y llora para hacer público tu placer en el cobertizo recién pintado con óleos y pasteles sobre lienzo antitranspirable que oye cómo palpita el corazón de la imagen del segundo plano a la izquierda.

lunes, 15 de junio de 2009

UN EJEMPLO DE HIPNOSIS

Falla el mecanismo de combustión de una choza mal aseada con recuerdos de todos los colores pertenecientes en un tiempo no muy remoto a algún bisabuelo acalorado. Soy estirpe de mi raza y juego de palabras de la arena en mi cerebro maltratado por el gasto masivo en escopetas de pesca.
Ver herraduras en el escenario del Teatro Real sobrevolando las cabezas de los señores profesores durante una ópera del siglo pasado no parece síntoma de frialdad asesina calculada por ingenieros técnicos especialistas en aviación militar. Parada del ejército en un relevo de postas y con la gracia natural de la repetición de un motivo B al azar en la sonata clásica. El mantel de cuadros rojos y verdes extendido sobre la hierba con raíces endurecidas tras un invierno particularmente asalariado. ¿En qué suburbio creciste? La verdad es la vergüenza. La alegría de una tirada de dados favorable gracias al viento de poniente cuarenta nudos a la rotonda y ocho brazas de oso cocinado sin fuego potable.

Oscurece la hipotésis inicial; el alfabeto cirílico no estaba preocupado por la salud contextual de los cuentos chinos que se calculan con el zapato prestado por el sastre enfurecido con la educación sentimental de sus vástagos, que lucen como tiritas al agua patos encerados encerrados el libro y las páginas, la hucha decapitada. Mi revista de papel reciclado, fogatas escondidas en labios cortados como las orejas de un bipolar desarticulado. Un pomo descafeinado posee cualidades mágicas a partir de la huella dactilar en vilo.

Vive, vive, vuela, espada entrevista en la cortina que se abre y cierra un pulpo engominado con pistacho turco.

domingo, 14 de junio de 2009

SELVA ESPIRITUAL

Caen granadas desde cinco mil metros de altura, las casas quedan sepultadas, los palacios pierden sus lámparas de cristal y los coches se paran misteriosamente cuando llevan sólo tres kilómetros recorridos.
Nadie se levanta para ayudar a los demás, todo es rendición y condena. Las orejas de los perros los delatan; se comieron la grasa de la sartén y ahora sufren de malaria y sida en estado avanzado.
Es una trampa mortal y un salto mortal, una trampa para esquizoides y androides, para esquimales esclerófilos que lamen la máquina de torturas antes de aplicarla sobre la cabeza de un búho común. La hija de la Reina de la Noche ya balbucea, y sus primeras palabras han sido:

"Trauma desacelerado como las alas de un halcón huesudo. Quiero ir al norte, para que las estrellas luzcan con fuerza y se choquen con un hilo de tela de araña. Mírame a los ojos y dime qué ves: un cesto con frutas salpicadas de pergamino líquido aplicable sobre superficies calientes que se ingiere por vía oral. Lo sabía, los pies de las estatuas saben a terrón de azúcar y las golondrinas planean el atraco a un banco abandonado en un pueblo fantasma. Trauma desacelerado como las garras de una sandía enferma; incluso hay quien extiende el rumor de que el hechizo durará más allá del día de su muerte, porque las señales rústicas en el alféizar dejan claro un cambio de ritmo en el ciclo lunar. En los ojos de la vanguardia de guerra se huele el aliento de las ardillas que vociferan con ácido sulfúrico entre los dientes. Allí, aunque las muestras de sangre son correctas, no queda esperanza para los inocentes en el juego de nunca acabar con un vestido de rayas granates y azufre para el espíritu de los bosques. Mi barco de día levita para que no le encuentren con la mujer de otro.
Entre los dos grupos de dogos, prefiero el que parpadea con la fiebre del oro y la plata del moro. Organización delictiva precisa de instrumento musical salvaje como una espina en el zapato que se preste a ser condenado a muerte ante un jurado popular en una mesa de vidrio con una botella de quitapenas."
Y así fue como partí en dos el mundo de las hormigas y me convertí en lo que no soy para desgracia del fuego eterno en que me consumiré si alguna ocarina no viene a rescatarme antes de tiempo, porque la hora ha llegado y el pan se ha acabado y los zapatos se han roto, y el agua se ha estancado, y los revólveres se han disparado, y las escobas han desaparecido, y los urogallos se han extinguido -de una vez por todas. Soy feliz, después de comer una tortilla con alcachofas y termitas avícolas de nitrógeno descompuesto o deconstruido en ruinas de azafrán y por supuesto las muelas y las abuelas.

sábado, 13 de junio de 2009

LOS VUELOS PERDIDOS

A Álvaro Guijarro

Lo intentamos todo sin escrúpulos de poeta ni guía, porque el sol deslumbra como una columna de mármol en un suelo de matorrales secos; abrimos el grifo y un nudo marrón nos abriga el cuello: los sueños más profundos se tienen a mediodía.

Salimos de la arena, como felinos que le temen a las olas de la agonía, y nos damos cuenta del error:

las heridas de la visión no cicatrizan nunca.

Y ahora, con la boca abierta de una serpiente a punto de comerse una máquina de escribir, lo dejamos todo al aire, lo despedimos cabizbajos y ocupamos el atardecer de todos los silencios rotos, de todos los vuelos perdidos.

Las hojas en blanco nos rodean y nos van cortando -el vacío de lo que no tiene pulso- y alcanzan el corazón y llega un momento en que hay que confundir palabras con gestos, y respirar futuro, y descansar del tiempo.

Así llega el sudor frío hasta mis manos, y yo me baño en él como en un aguacero de sombras, y me dejo caer en la noche enmascarada de tus versos.


viernes, 12 de junio de 2009

LA CAZA

Detrás de cada fuente vacía, o de cada labio seco, se esconde un animal acobardado por el ruido. La hoja de papel que atraviesa mis pulmones todos los días al despertar y beber la saliva acumulada en vasos de plástico.

La risa prende, y quema todos los árboles, y arrastra todas las mareas, aunque luego cae por las cataratas secas, y su mandíbula choca contra las rocas afiladas, y se desangra como un niño en un castillo de arena.

Cae por las cataratas y no se le ocurre pensar en nada, ni siquiera se decide a recordar como en diapositivas las imágenes más vivas de su memoria. Nada. El sudor frío en su frente, las manos totalmente en calma, sin intentar buscar donde agarrarse. Todo es inútil.

Dentro de la botella el invierno es más cálido, y las sábanas ensucian la piel delicada de las piernas, que se mueven, rozándose, intentando evitar la humedad caliente que las envuelve.
Es un calor pegajoso, como el cuerpo que acaba de correr veinte kilómetros bajo el sol de una ciudad contaminada.

Las huellas de esa humedad se sienten también en sus mejillas, que palpitan como queriendo sonreirle a la muerte, antes de beber el veneno que le tenga preparado; un espejo se rompe, frágil y asustado, en las manos del alfarero, que se peina para ir a misa y ve cómo una ondina se acerca con un vestido rojo y le tortura con los ojos encendidos, bella como un andén vacío y una ventana abierta.

El humo y el vapor lo tapan todo; las heridas, el miedo, la condena, la pausa... El tiempo está en búsqueda y captura, pero no hay recompensa para quien lo encuentre. En el epitafio de ramas cortadas y venas abiertas, un candelabro sostiene la nota que debió haber sido entregada en alguna sala de espera de hospital infantil.


Aunque el hielo no naufrague en tus párpados,

confía en el silencio.

jueves, 11 de junio de 2009

TODA LA NOCHE EN SILENCIO

Las fuentes del calor y el silencio son las mismas: la gravedad, golpeando cada vez más fuertemente los ojos de un pantera despreocupada. Las garras juegan en el aire a romper hilos de marionetas salvajes, que resuellan con ruidos muy extraños, como si un caballo atravesara las fronteras del sueño y galopara en el tejado de una catedral gótica.

Recuerdo que esta mañana me levanté y tenía los ojos rojos por el trabajo realizado de madrugada; toda la noche en silencio, esperando que la gota de miel que me surcaba la cara llegara por fin a los labios. Pero también hay crueldad en el misterio, y no hace falta despertar para saber que todo es quimérico, una vez más un engaño del inconsciente, que utiliza mi voz y mi cuerpo para su oscura voluntad de triunfo.

Es más tarde de lo habitual; me revuelvo en la cama y busco una espalda dibujada en la pared con las sombras de la pintura blanca, y los párpados se me van acostumbrando a la sombra, dejan que ésta penetre hasta el nervio, y, una vez allí, le dan el nombre de experiencia mística, o de escombro, y a mí sólo me queda tirarme por las escaleras para comprobar qué es el pánico en el sentido festivo.

Pánico: una rueda, un collar de perlas que atraviesa una mariposa de colores mientras la nube rosa cambia de posición y agrupa las lágrimas en lanzas de espuma, que se revuelven en la seda.
Un espejo escondido en un bosque donde sólo crecen raíces, y la hojarasca es comestible y sabe a sal y a cera.

He escrito que el día era una manada de lobos en tus brazos y me he acostado para esperarla, y antes de apoyar la cabeza en la almohada una mirada inocente y abierta se me ha clavado en el cuello como el colmillo que asfixia a la presa mientras la arrastra por entre los matorrales secos.

miércoles, 10 de junio de 2009

NO HAY TIEMPO, NI FRÍO, NI AUSENCIA

No hay tiempo, ni frío, ni ausencia, si alguien lo dudó algun día fue un ingenuo que no supo soportar la realidad que ya anunciaba el nacimiento y que se descubre poco a poco con el habla, los primeros pasos, y el amor.

Un día agarraré mis cosas y me iré, os dejaré tirados en una cuneta como perros salvajes que hubieran atacado a sus dueños, y me iré lejos, donde no podáis encontrarme, y luego haré que el frío no exista, para poder dormir en playas de sal y rocas que huelan a flor, a abundancia, a sudor.
En estas playas no habrá olas, porque con las olas pueden llegar barcos, y los barcos no van nunca vacíos; siempre conservan, como mínimo, el rastro húmedo del último suicida, o la ropa ajada del que nunca vio la costa, o incluso el cadáver amarillento y picoteado por las gaviotas de algún enfermo que no pudo evitar ser alejado de su puerto.

Sobre mi espalda llevo el peso de la visión, la visión más cálida de un hábito repetido en un pelo alborotado. Pero no hay nunca ningún descanso, y cada vez más me tapa la ceguera, que se confunde casi con la visión misma, y tropiezo y sangro y tengo que descansar antes de huir.
Y es así, no estando en ningún lugar, como estaré en todos, porque no existe la ausencia, si las manos no se cansan de escribir, y aquí, cerca de la ventana, siento cómo el aire pasa por debajo de mí, por los lados, me entra en la camisa y la rellena, y es imposible el cansancio, como imposible es también la ausencia.

No me acuerdo de ti, ni de nadie, porque este viento de verano que cierra las puertas, en realidad las abre, y las abre tanto que deja escapar el recuerdo, y elimina la identidad que éste esconde.
El tiempo parece resistirse a continuar, las agujas del reloj saltan al exterior, y se hunden en la piel, para fundirse con la carne, y dejar de existir fuera, como una imposición constante, para empezar a sentirse ojos, boca y despertar; amanecer delante de una puerta que chirría, en una casa vacía, con los brazos amoratados por los golpes de los gatos en la noche en que los primogénitos salen a desvestir a sus mujeres, que descansan en lo más alto de un edificio en llamas.

martes, 9 de junio de 2009

AUNQUE EL FINAL SEA AMARGO

Aunque el final sea amargo no sé qué pedís para empezar si no es un terremoto en vuestro estómago, antes de que sea tarde, porque todo cambia aceleradamente y no queda otra alternativa que tomar el camino más limpio, el de la furia, o el de la venganza hacia uno mismo en lo alto del colchón un pájaro respira aliviado cargando las tumbas en sus hombros y los cuchillos afilados como una vuelta al lugar desconocido, al santo lugar deshabitado donde sólo habitan fantasmas que se entremezclan con los flujos sanguíneos y en pleno acto sexual el minotauro.

Aunque el final sea amargo en un ramo de flores secas y la garganta dispuesta al abandono entre su pierna y la búsqueda, los brazos caídos como casi todos los frisos de mármol de los templos asediados por el sol. El viento recrea en su muñeca la lejanía del augurio que hace temblar y golpea la memoria. Como un bache de fuego, que impide el paso a una turba de deseos que se atropellan, que dejan caer sobre el agua estancada en tus vísceras un juguete de plástico que se quema, arrullado por el vencejo y el halcón sobre sus garras de vino y fábula teatral.

La comedia no ha acabado, el último planeta rueda por los cuartos de la mansión donde alguna vez vivió mi familia antes de que los caballo llegaran a por los niños. No hace falta subir a un camión sin ruedas, no hay que partir en dos la noche de todas las grietas, no hay que ajustar cuentas con el futuro. La comedia no ha acabado, es hora de irse. El gozo de batear una ilusión marchita, aún aumenta otro poco para que nada se pierda, para que todo retorne, y se repita hasta el infinito, para que las sábanas, que poco a poco se enfrían, pierdan el color amarillento de los perros rabiosos y hambrientos que han construido un acantilado en mi labio inferior.

Según avanza la quietud, el miedo se expande, y lamentarás no haber nacido en un clima más cálido, que ayude a soportar la visión constante, en las paredes y muros, de una mirada más profunda que las raíces de un baobab milenario en los desiertos donde no nace nada sin helechos reproduciéndose en las palmas de las manos.

lunes, 8 de junio de 2009

FRUSTRACIÓN NECESARIA

Arrancarse las orejas en el parto, y vomitar un recital de poesía milimétrica, calculada hasta el límite de lo absurdo, para que germine una raza de focas en el interior del útero mientras una báscula marca el tope, la puerta cerrada que nadie puede traspasar con una sílaba.

Desgaste, desgaste, desgaste... Las pruebas de voluntad son siempre enemigas de uñas afiladas como barrotes de cárceles en pueblos fantasma donde ocurre todos los días el mismo milagro: un duende que repite las ilustraciones, un renglón aparte en la historia del brazo que se agita en formol o cabalga después de comer sin temor a la indigestión senil. La comida se agolpa en la cabeza del teniente más bajo de estatura y peso ontológico y nace el hipo: una corriente eléctrica que palpita al ritmo de una batería baja en calorías o ciega de despecho amoroso, por culpa de un sacerdote, por culpa de un perro caniche, por culpa de un movimiento mal calculado de Tritón alrededor de los anillos interiores de Júpiter, el dios de la alegría, definida normalmente como la palma de la mano abierta para que salgan todas las hormigas del planeta.

Sueño un traje de bombero y un hacha gastada por los bordes, una cuchilla escrita en tu cuello mientras rebuznas una última vez sobre tu patria, tu monotonía angelical, y esas cosas que no sé pronunciar porque sólo tienen un idioma y está perdido en una selva entre tu pecho y la cuarta vértebra, contando de derecha a izquierda.

Las firmas recogidas en el capítulo aparte no son ilusiones del buque en marcha, sólo un kilogramo de esperanza puede salvar el patético tiro a doscientos metros de distancia que acciona una palanca que acciona un mecanismo de defensa que engendra un bicéfalo que se lame las heridas que se satisfacen con el lamido y gimen de placer como una película pornográfica que repite siempre el mismo acorde histriónico. O quizá como un parque abierto de noche, cuando los robos son actos de valentía estacionaria que se camufla bajo las faldas de mamá porque hace viento, y el dios del viento raptará a la ninga del lago que burbujea desde su roca submarina. Ahí está, con sus trenzas de algas y su boca de petróleo que se abre en dos sin llegar a rozar el círculo vicioso de una mesa que se arrima a una silla, una silla que se aparta de una mesa.

Tración, olvido, lujo, azar. Las palmeras deben estar ahora más brillantes que nunca, imitando el brillo de tus ojos, C., cuando te ríes en un tren que se pone en marcha con cuatro horas de retraso para que el mundo gire debajo, y un niño estruje los lunares de la cara contra el cristal del baño de señoras minusválidas. Morirá, seguramente entre los raíles del ataúd que ironiza acerca de una cosecha de hielo que ha pasado a un nivel superior, entendiéndolo tal y como el pastelero le hizo saber a la cocinera entre orgasmo y orgasmo de las langostas ocupadas en las cabinas telefónicas de un suburbio escondido bajo un monte de espuma artificial con motivo de un centenario porque alguien murió hace mucho y nosotros estamos contentos, estamos tristes, estamos sentados, estamos en vilo.